Cueva de Altamira, The Buried Mirror
Hace
un par de años mientras regresaba de la sierra pasé por la muy conocida Plaza
de Toros, Acho. Los lamentos, casi imperceptibles, emanaban con gran tristeza y
el recuerdo de aquellas punzadas que victoriosos matadores propinaron a
valientes toros de lidia, me recordaron el hedor de sangre que rodea a las
faenas taurinas, ese afán del hombre por danzar con la muerte, esa brutal
muestra de gran poderío. Las corridas de
toros tienen una larga historia en España y obviamente en nuestro país. Para justificar ese afán incomprensible que
mora en el lado salvaje del ser humano, esa magia del momento imposible de
comprender si no se experimenta, muchos como el Nobel Vargas Llosa, defienden
las corridas de toros por ser tradición y parte de la cultura. No hay duda que el toro
negro es una especie bravía, de porte impecable y de gran fortaleza. Tampoco
hay duda que esta especie es criada específicamente para lidiar, pero también
lo es, para morir trágicamente.
Igualmente no hay duda que las tradiciones que emanan de la cultura no
son eternas y que muchas de estas se han erradicado por ser extemporáneas, “las
cosas no cambian; cambiamos nosotros” dijo Thoreau cuando promovía la
erradicación de la esclavitud.
La
historia de la fascinación del hombre por los toros no es nueva, viene de mucho
tiempo atrás, existen vestigios de esta fijación, allá en las cuevas de
Altamira en Cantabria. Los
descubrimientos de pinturas rupestres en Altamira en 1879, en una cueva no
sumergida todavía en la oscuridad, comprueban que el hombre ha lidiado con
toros desde épocas ancestrales. Pero los
primeros vestigios de las corridas de toros data de la isla de Creta, en donde
el hombre y el toro eran vistos como uno solo, dice Carlos Fuentes. Esta figura
mítica de los poemas de Ovidio, es el minotauro, aquella bestia que encarna al
hombre y al toro en uno solo, es la representación perfecta de la dicotomía
entre la vida y la muerte, la inteligencia y la fuerza. España no ha sido ajena a esta tradición y la
ha hecho suya, como lo han hecho muchos países que fueron sus colonias.
En
España el tema ha adquirido un tinte político.
Por un lado, está la cultura y su nueva connotación de moral y
honestidad atribuida al PESOE, Cataluña y por decir lo menos, al “progresismo”
que tanto fustiga Vargas Llosa. Por el otro, está el castellano, el “heredero”
de la cultura y el llamado a preservar los orígenes de exquisitas creaciones
que poetas y escritores han hecho de la tauromaquia. De igual manera, valorar a Federico
García Lorca por “El llanto a la muerte de Ignacio Sánchez Mejías", es
minimizar la vasta creación del poeta y dramaturgo. Sería impensable no apreciar a un Lorca en el
Romancero gitano, La Zapatera, Bernarda Alba, y muchos más. El hecho es que ambos lados están trabados en
una posición en la que se pretende dar lecciones, uno de moral y el otro de
cultura. Esta controversia generó un arduo debate entre Rafael Sanchez Ferlosio y Mario Vargas Llosa. El autor de “El Jarama" hizo una crítica
feroz a las faenas taurinas y manifestó su oposición a que se le declarase
“patrimonio de la humanidad”, lo que provocó la airada respuesta del Nobel una
semana después.
EL
Perú no es ajeno a la controversia, por un lado están los grupos activistas
antitaurinos que repudian el maltrato animal y por el otro los aficionados, las
autoridades locales y nacionales que al igual que los castellanos, sienten que
deben guardar celosamente esta tradición cultural. Sin embargo, el
cuestionamiento radica en la práctica de la tauromaquia como un acto artístico
mientras engendra violencia y muerte. Si
bien al repique del paso doble al grito del óle cómplice, las emociones se
agudizan y la plaza estalla en un furor desmedido; la faena no tiene que
terminar con la muerte del toro. No está acaso el hombre capacitado para este
análisis consciente y si es así, ¿por qué no lo hace?
Mario
Vargas Llosa defiende esta tradición de violencia, por que el espectáculo
“electrizante” y de “complicidad”, arrastra al torero y al toro a “la boca de
la sombra”. Donde según él, muchos
llegamos a enfrentar nuestra excelsa capacidad creativa y donde inefablemente
también moran nuestros demonios. Sin
embargo hay muchas maneras de llegar a esta orilla de sombra, se puede llegar
en estado de auto sacrifico, de entrega de banalidades que recrean lo que en
estos tiempos es considerado abuso animal.
Se puede llegar a la orilla de sombra, enfrentando nuestra mortalidad,
aquella que al final nos equipara a todos los seres vivientes, pues al final
somos uno solo. Sí la tradición no se
ajusta a su contexto histórico, evidentemente debe caducar o enfrentar los
embates de lo que el Nobel llama “progresismo”. ¿Alguien podría siquiera en
estos tiempos, recrearse de la lucha entre gladiadores y leones? ¿Debe el
discurso plantearse desde la mira de grupos activistas? No lo creo, cualquiera puede cuestionar la
cultura desde cualquier punto de vista, pues esta es interdisciplinaria.
Lo
cierto es que en el ruedo, son el toro y el torero, ambos enfrentados por un
solo motivo, supervivencia. Ambos
midiendo la destreza que cada uno carece.
Ambos deleitando a un público que se creyó que la ofrenda a Hércules es
el sacrifico de la bestia. ¡No! digno
Nobel, no hay “banderillas en la justa medida”, las hay para prolongar la danza
de sangre y el machismo del torero.
¿Pero puede acaso la inteligencia del hombre pasar por alto lo que su
sensibilidad de ser humano le niega? ¿Puede acaso ser insensible al animal que
enfrenta, y no dar el maravilloso regalo de la vida? ¿Puede el hombre con toda su sapiencia y
empatía rodar la cabeza del toro como aquella trágica cabeza del animal que
preside la noche humana de Guernica?
Guernica de Pablo Picasso es un atestado de las debilidades del hombre,
su fracturación, y sus banalidades.
Parte de Guernica de Pablo Picasso, The Buried Mirror
Al
igual que el Nobel, algunos ponen resistencia y se niegan a reconocer que las
corridas de toros no van de acuerdo con el pensamiento moderno y que como
sociedad hemos avanzado hacia comportamientos incongruentes con el abuso
animal. ¿Se puede entonces en aras de la
cultura pretender “amar a los toros” como lo manifiesta el Nobel y a la vez
verlos danzar con múltiples banderillas, mientras la sangre emana de sus
heridas? Si el amor a los toros de
lidia, representa su inefable muerte, mil veces vale entonces odiarlos, y pecar
de “ridículos” como se dijo de Rafael Sánchez Ferlosio por escribir que las
corridas de toros eran una abominación.
En
conclusión para entender el ensayo del Nobel y el pasatiempo a las corridas de
toros, no se tiene que amar a los toros en la medida como él lo define. Ni se
tiene que entender que las corridas de toros son un encuentro cultural de
fiesta, paso doble y garbo paso del torero. Ni mucho menos se tiene que ser
parte de la corriente progresista, para cuestionar la danza de la muerte. Tampoco se tiene que disfrutar de una
tradición, cuyas raíces emanan de una cultura que bien debía quedarse plasmada
no tan sólo en las cuevas de Altamira, sino en los libros, pero ya no en los
ruedos. Sólo el pasar por Acho, es
suficiente para entender que un evento artístico no debe engendrar violencia. La cultura debe enfrentar su historia,
analizar sus tradiciones y corregir las que deba, después de todo ya salimos de
las cavernas, y el laberinto de Minos sólo existe en la mente del hombre.
Bibliografía
“Caves
at Altamira.” Fuentes, Carlos. The
Buried Mirror: Reflections on Spain
and
the New World. Houghton Mifflin Co. Ed.
Boston, New York 1999. 18.
Fuentes,
Carlos. “Sun and Shadow.” The Buried
Mirror: Reflections on Spain
and
the New World.
Houghton Mifflin Co. Ed. Boston, New York 1999. 9.
Ovidio.
Metamorfosis. Alianza Editorial. Madrid. 1995.
152.
Picasso,Pablo. “Guernica.”
Fuentes, Carlos. The Buried Mirror: Reflections
on
Spain and the New World. Houghton
Mifflin Co. Ed. Boston, New York
1999.
21.
Sánchez
Ferlosio, Rafael. “Patrimonio de la
Humanidad”. El País 5 de
Agosto
2012. Madrid.
Thoreau,
Henry David. Poetry Foundation.
Vargas
Llosa, Mario. "La barbarie taurina." El País 12 de
Agosto 2012. Madrid.